Yo te nombro

Gian Franco Pagliaro
Italia (1941-2012)

Por el pájaro enjaulado
Por el pez en la pecera
Por mi amigo que está preso
Porque ha dicho lo que piensa
Por las flores arrancadas
Por la hierba pisoteada
Por los árboles podados
Por el cuerpo torturado
De mi amigo que no canta
Yo te nombro,
Libertad!

Por los dientes apretados
Por la rabia contenida
Por el nudo en la garganta
Por las bocas que no cantan
Por el verso censurado
Por el beso clandestino
Por el joven exiliado.
Por los nombres prohibidos
Yo te nombro, 
Libertad!

Te nombro, en nombre de todos
Por tu nombre verdadero
Te nombro y cuando oscurece
Cuando nadie me ve
Escribo tu nombre
En las paredes de mi ciudad
Tu nombre verdadero
Tu nombre y otros nombres
Que no nombro por temor.

Por la idea perseguida
Por los golpes recibidos
Por aquel que no resiste
Y se queda en el camino
Por aquellos que se esconden
Por el miedo que te tienen
Por tus pasos que vigilan
Por el déspota de turno
Por la forma en que te atacan
Por los hijos que te matan
Yo te nombro,
Libertad!

Por las tierras invadidas
Por los pueblos conquistados
Por la gente sin salida
Por la gente sometida
Por los sueños atrapados
Por los hombres explotados
Por el justo ajusticiado
Por los muertos en la hoguera
Que no han dicho como y donde
Por el héroe asesinado
Que jamás negó tu nombre
Por los fuegos apagados
Yo te nombro,
Libertad!

Te nombro, en nombre de todos
Por tu nombre verdadero
Te nombro y cuando oscurece
Cuando nadie me ve
Escribo tu nombre
En las paredes de mi ciudad
Escribo tu nombre
En las paredes de mi ciudad
Tu nombre verdadero,
Tu nombre y otros nombres
Que no nombro por temor
Yo te nombro,
Libertad!

J'écris ton nom

Paul Éluard
France (1895-1952)

Sur mes cahiers d’écolier
Sur mon pupitre et les arbres
Sur le sable sur la neige
J’écris ton nom

Sur toutes les pages lues

Sur toutes les pages blanches
Pierre sang papier ou cendre
J’écris ton nom

Sur les images dorées

Sur les armes des guerriers
Sur la couronne des rois
J’écris ton nom

Sur la jungle et le désert

Sur les nids sur les genêts
Sur l’écho de mon enfance
J’écris ton nom

Sur les merveilles des nuits

Sur le pain blanc des journées
Sur les saisons fiancées
J’écris ton nom

Sur tous mes chiffons d’azur

Sur l’étang soleil moisi
Sur le lac lune vivante
J’écris ton nom

Sur les champs sur l’horizon

Sur les ailes des oiseaux
Et sur le moulin des ombres
J’écris ton nom

Sur chaque bouffée d’aurore

Sur la mer sur les bateaux
Sur la montagne démente
J’écris ton nom

Sur la mousse des nuages

Sur les sueurs de l’orage
Sur la pluie épaisse et fade
J’écris ton nom

Sur les formes scintillantes

Sur les cloches des couleurs
Sur la vérité physique
J’écris ton nom

Sur les sentiers éveillés

Sur les routes déployées
Sur les places qui débordent
J’écris ton nom

Sur la lampe qui s’allume

Sur la lampe qui s’éteint
Sur mes maisons réunies
J’écris ton nom

Sur le fruit coupé en deux

Du miroir et de ma chambre
Sur mon lit coquille vide
J’écris ton nom

Sur mon chien gourmand et tendre

Sur ses oreilles dressées
Sur sa patte maladroite
J’écris ton nom

Sur le tremplin de ma porte

Sur les objets familiers
Sur le flot du feu béni
J’écris ton nom

Sur toute chair accordée

Sur le front de mes amis
Sur chaque main qui se tend
J’écris ton nom

Sur la vitre des surprises

Sur les lèvres attentives
Bien au-dessus du silence
J’écris ton nom

Sur mes refuges détruits

Sur mes phares écroulés
Sur les murs de mon ennui
J’écris ton nom

Sur l’absence sans désir

Sur la solitude nue
Sur les marches de la mort
J’écris ton nom

Sur la santé revenue

Sur le risque disparu
Sur l’espoir sans souvenir
J’écris ton nom

Et par le pouvoir d’un mot

Je recommence ma vie
Je suis né pour te connaître
Pour te nommer

Liberté


Love Yourself

Stephanie Gomes

Love who you are and fear no one
For you are the chosen one
Nothing burns brighter than the sun
The love for yourself has just begun
Don’t be lost in the norm
Open your eyes and let your own mind form
Stay clear from those who put you down
No need to frown, listen to your own sound
It will tell you beautiful ways
To love your live through all your days

Robotic Race

Stephanie Gomes

Cold air rising up
The streets are filled with them
In the early hours of the morning they awake
Dark grey eyes, hard exterior with a cold interior
What makes them feel so superior?
A natural smile seems lost on their face
These unnatural beings I will never embrace
For they have lost their souls to a new robotic race



En el Juego de Dos Partes

Mario Morfin
México (1979-   )

En  el juego de dos partes

entre

ayer y mañana busco el ahora
grande y pequeño, mi estatura
soledad y comunión, a mis amigos
Pero en el juego de entender y olvidar,
me pierdo y el laberinto me agota
y sólo encuentro sosiego cuando contemplo el cielo
y luego mis manos
y recuerdo las palabras:

"Si estamos sólos en el universo
que desperdicio de espacio"

y pienso

si esta búsqueda acaba con la muerte
que desperdicio de tiempo.

Abandonar La Casa

Néstor E. Rodríguez
Dominicano (1971- )

Abandonar la casa,
sus oquedades íntimas,
sus vacíos de tiempo
densos y numerosos.
Vuelvo la mirada
para no perder la marca
de mi desasimiento
-hoy son otros los terrores-.
Dejar la casa,
renegar de su cadencia,
ese páramo de gestos
aprendidos y sin embargo
tan insólitos al amparo
de cada floración.

Páramos

Néstor E. Rodríguez
Dominicano (1971- )

Soplo fugaz a tu lenguaje
trócase en inidicio
de notas leves.
Ahora estoy ausente
y cada memoria reverbera
en su nitidez de imagen indudable.
Con esta absurda ligereza,
prisionero de mi aliento
enrarecido de ortigas,
lo que intuyo
me devuelve algo
de aquella ilación
una tersa arboladura
de contactos que regresan
evitando las calas.
En esto, cavilo
ha de consistir
la renuncia,
hambre de anclajes,
golpe fútil contra
la materia callosa
de mi soledad más honda.

Metrópolis

Néstor E. Rodríguez
Dominicano (1971- )

Escapar
de las arenas movedizas
y confrontar el tedio.
Caminar es otro rito
que acorta mis derivas,
el transpirar de viejos hábitos
en el apurado andar del animal
que sospecha su alimento.
Dijiste que más allá de la textura
maliciosas de estas calles
se levantaba un trasmundo
de posibilidades insospechadas.
Para entonces no precisaba oír
salvo la música escondida
entre las líneas de un extraño avatar.
Partí hacia ese otro lado
sólo ante el acecho de un "no más"
evaporado en la indiferencia de los paseantes.

Hay Un País en el Mundo

HAY UN PAÍS EN EL MUNDO
Pedro Mir
República Dominicana (1913-2000)

Hay
un país en el mundo
colocado en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de la noche.
Colocado en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente liviano,
como un ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Sencillamente claro,
como el rastro del beso en las solteras antiguas
o el día en los tejados.
Sencillamente frutal.
Fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.

En verdad.
Con dos millones
suma de la vida
y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra
bajo los ríos y en la falda del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces es lo que he declarado.
Hay un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.

Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar cantando
su franja propietaria.
Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.
Y creerá
que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar forcejeando
con su propia cosecha.

Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando entre los surcos
su propiedad.
Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.

Hay un país en el mundo
donde un campesino breve
seco y agrio
muere y muerde
descalzo
su polvo derruido,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.
¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
En un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.
No es eso solamente.
Faltan hombres
para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho...
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces
los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y los hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y los hombres
que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los fríos
desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción.

Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo
coraje
para hacer la canción.

Pulmón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.

Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.
El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.

Los que la roban no tienen ángeles
no tiene órbita entre las piernas
no tiene sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.

No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.

País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿de dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina
salud del oro
los campesinos no tienen tierra?
Esa es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.

Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el liquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
veinte veces lo digo y lo dije
son del ingenio
“nuestros campos de gloria repiten”
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arrojen la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.

Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador
de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.

Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana cosiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgente muerte,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo,
que el reposo contiene.

El día luminoso despierta en las espaldas
de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pie de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pie despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.
¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.

Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraídos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables.

Y así
palor de luna
pasajeros
despoblados y agrestes del rocío,
van montañas y valles por el río
camino de los puertos extranjeros.

Es verdad que en el tránsito del río,
cordilleras de miel, desfiladeros
de azúcar y cristales marineros
disfrutan de un metálico albedrío,
y que al pie del esfuerzo solidario
aparece el instinto proletario.
Pero ebrio de orégano y de anís
y mártir de los tórridos paisajes
hay un hombre de pie en los engranajes.
Desterrado en su tierra. Y un país
en el mundo,
fragante,
colocado
en el mismo trayecto de la guerra.
Traficante de tierras y sin tierra.
Material. Matinal. Y desterrado.

Y así no puede ser. Desde la sierra
procederá un rumor iluminado
probablemente ronco y derramado.
Probablemente en busca de la tierra.
Traspasará los campos y el celeste

dominio desde el este hasta el oeste
conmoviendo la última raíz
y sacando los héroes de la tumba
habrá sangre de nuevo en el país
habrá sangre de nuevo en el país.

Y esta es mi última palabra.
Quiero
oírla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.
Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.

Donde un ángel respira.
Donde arde
una suplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.
Después

No quiero más que paz.
Un nido
de constructiva paz en cada palma
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.

© Pedro Mir

ADEMÁS, SON MUCHOS LOS HUMILDES DE MI PUEBLO

Freddy Gatón Arce
República Dominicana (1920-1994)

Además, son muchos los humildes de mi pueblo.
Yo escribí sus nombres sobre los muros, pero no
los recuerdo.
Yo rescaté su corazón de la carcoma y del olvido,
pero no sé dónde
quedó la sangre coagulada, ni si vino familiar alguno
a limpiar la mancha que había sobre el duro
tapiz de la noche.
Yo los besé, y mi ósculo fue como tilde sonora impar
sobre su frente. Porque aun después del amor
ellos estaban solos sobre la tierra.

Son muchos los hombres humildes, las
mujeres humildes.
Yo vi surgir sus rostros como bayonetas al sol
de octubre.
Yo palpé sus torsos morenos y relucientes
cuando emergían de los ríos. Yo vi, por una vez,
pero volví la cara atrás, los senos de las doncellas.
Yo conocí los niños desnudos, niños despiertos
y virginales como la primavera,
y sentí cómo se hinchaba el hambre en sus
cuerpos plebeyos,
lo mismo, casi lo mismo que siento elevarse
la madurez
al morder un fruto.

Yo escribí los nombres
de los humildes sobre los muros, pero no los recuerdo.
Yo sólo sé que muchos murieron alzando los brazos
para atrapar el cielo, pero cayeron sin nombre,
cayeron sin piernas, cayeron sin sexo ni
esperanza. Cayeron.
No tenían siquiera una flor o una lanza. Solos
rodaron
con sus tumbas desconocidas, con sus
huesos anónimos.
Pero dejaron sus almas mondas flotando por los aires.
Las almas que se agolpan en las sangres de las
generaciones, y corren.
Corren a ratos, porque la noche está ahí. Se
atisban a ratos,
porque la noche está ahí. Desaparecen luego,
desaparecen como esas lágrimas de abuelo.
secadas al descuido con el dorso de la mano.

Son muchos los humildes de mi pueblo.
Yo escribí sus nombres en las tablas de palma
de los bohíos
y en las vigas alabeadas de las mansiones.
Pero yo no recuerdo
en qué savia encendida y dura de los artesonados
se demoró la inicial de aquél, el apellido de éste,
o la letra
que hace inteligible la epopeya. Tal vez las sílabas
vagan por los cimientos profundos, ennegrecidos
cual raíces
en las que ya la tierra ha perdido su íntima frescura,
en las que ya el corazón no tiene su latido jocundo.

Ahora no hay promesa en la casa de campo,
porque se ha ido el viento de las enredaderas.
Ahora ya no hay huella del vuelo de los pájaros,
porque se ha ido el viento. Pero yo no estoy solo
en mi hogar de maderas. Aquí están los humildes,
dulces y potentes como los brotes. Aquí no hay
un solo extranjero a estos testimonios estantes,
a estas puertas y a estas ventanas que se echan
sobre nosotros.
Aquí estamos todos, y están los nombres que
escribí sobre los muros.
Aquí está su obligante vida buscándonos el
corazón paso a paso,
como un diente de fuego que crece bajo la lengua.

Son muchos los humildes de todas las razas y
de todos los credos.
Son muchos los que abandonaron el silencio y
la soledad
para no estar horadados y fríos en medio de los
hombres.
Porque todos saben que por su boca hablará la tierra
que mordieron al nacer. Porque todos saben que
no se puede morir
sin dejar una brasa como un palpo bravío en el
lomo de un potro.
Y yo escribí sus nombres sobre los muros,
pero no los recuerdo.
Además, son muchos los humildes de mi pueblo.

© Freddy Gatón Arce

LOS INMIGRANTES

Norberto James Rawlings
República Dominicana (1945- )

Aún no se ha escrito
la historia de su congoja.
Su viejo dolor unido al nuestro.

I
No tuvieron tiempo
-de niños-
para asir entre sus dedos
los múltiples colores de las mariposas.
Atar en la mirada los paisajes del archipiélago.
Conocer el canto húmedo de los ríos.

No tuvieron tiempo de decir:
-Esta tierra es nuestra.
Juntaremos colores.
Haremos bandera.
La defenderemos.

II
Hubo un tiempo
-no lo conocí-
en que la caña
los millones
y la provincia de nombre indígena
de salobre y húmedo apellido
tenían música propia
y desde los más remotos lugares
llegaban los danzantes.

Por la caña.
Por la mar.
Por el raíl ondulante y frío
muchos quedaron atrapados.

Tras la alegre fuga de otros
quedó el simple sonido del apellido adulterado
difícil de pronunciar.
La vetusta ciudad.
El polvoriento barrio
cayéndose sin ruido.
La pereza lastimosa del caballo de coche.
El apaleado joven
requiriendo
la tibieza de su patria verdadera.

III
Los que quedan. Éstos.
Los de borrosa sonrisa.
Lengua perezosa
para hilvanar los sonidos de nuestro idioma son
la segunda raíz de mi estirpe.
Vieja roca
donde crece y arde furioso
el odio antiguo a la corona.
A la mar.
A esta horrible oscuridad
plagada de monstruos.

IV
Óyeme viejo Willy cochero
fiel enamorado de la masonería.
Óyeme tú George Jones
ciclista infatigable.
John Thomas predicador.
Winston Brodie maestro.
Prudy Ferdinand trompetista.
Cyril Chalanger ferrocarrilero.
Aubrey James químico.
Violeta Stephen soprano.
Chico Conton pelotero.
Vengo con todos los viejos tambores
arcos flechas espadas y hachas de madera
pintadas a todo color ataviado
de la multicolor vestimenta de "Primo"
el Guloya-Enfermero.

Vengo a escribir vuestros nombres
junto al de los sencillos.
Ofrendaros
esta Patria mía y vuestra
porque os la ganáis
junto a nosotros
en la brega diaria
por el pan y la paz.
Por la luz y el amor.
Porque cada día que pasa
cada día que cae
sobre vuestra fatigada sal de obreros
construimos
la luz que nos deseáis.
Aseguramos
la posibilidad del canto
para todos.

© Norberto James Rawlings

TRES CANTOS PARA VIVIAN REVERE


Federico Jóvine Bermúdez
República Dominicana (1944- )

“Para algunos espíritus sensibles los problemas resultan insoportables. Ella lo tenía todo: buen colegio, belleza, dinero. Pero en su hogar no se encontraba bien. Por eso decidió lanzarse desde un edificio de 13 pisos. La policía trató de disuadirla, pero todo fue en vano. Abajo, en la calle, la esperó la muerte. Se llamaba Vivian Revere. Tenía 16 años. Era rubia. (UPI Radiofoto. Listín Diario)”

I

Eras un espíritu sensible.
Apenas comenzabas a vivir, a soñar, a desear
multiplicar tus ilusiones.
Se decían en tu barrio tantas cosas bellas de ti,
que francamente Vivian,
me sorprendió que aparecieras en los periódicos
en esa desesperante lucha con la muerte.
En ese terrible intento por destruirte,
como si fuera posible que la flor se suicidara
privando al aire de su esencia.

Te refugiaste en tu espejo,
porque ya no existía la paz en tus dominios,
ya no era tuya la estación del amor.
Tenías que encontrarte.
Tenías que buscar tu lugar en el sistema.
Tu número gris de operaria,
la máquina 1300 en la factoría,
a Bill, a John,
el dancing, el bowling, el Social Security,
tu hermosa identidad de chica americana.
Irte a pasear los weekends por las autopistas
con los cabellos al viento
con enormes motores amarillos.
Copular en las cafeterías.
Adaptarte a tu momento,
a tus hot dogs humeantes.
Tus filas en los cines,
el overall numerado, las wurlitzer de las fuentes de soda.

Ese, era el mundo que te pertenecía.
El mundo del rebaño, de la masa,
el mundo gris de los sin sueños.
Te negaron el derecho al placer, a la sonrisa.
A buscar la verdad, de escapar a tu medio, a tu ambiente.
Y yo me pregunto en medio del espanto que me dio
tu figura deslizándose por el muro, si tenías derecho
a suicidarte.
Si tenías derecho a prescindir de la risa,
de impedir al viento penetrar en tu pelo,
de no dejarnos oir la suavidad de tu voz de pájaro enjaulado.
Si tenías el derecho a escalar las paredes
buscando eternizarte con la muerte.

II

Era tu destino Vivian,
no podías resistir el "Estabishment".
En esa ciudad de odios verticales que te iba cercando
cada día.
En esa ciudad de muros infranqueables que iba quemando
tus entrañas con sus notas de dolor.

Sellaste tu destino cuando comenzaste a leer los titulares del New York Time.
Cuando te diste cuenta que la muerte suspendía tu rostro
por encima de todas las multitudes.
Cuando supiste que había un Viet-Nam que segaba la vida
de los muchachos de tu escuela,
en medio de perdidos arrozales.
Que había lugares en tu democracia donde el blanco impedía
la entrada de los negros.
Que los indios no aparecían en la historia de tu pueblo.
Cuando leíste la eterna relación de los secuestros, de los
asesinatos.

La muerte de Kennedy cuando eras una niña,
la caída de aquel callado negro que predicaba el amor a sus
hermanos, derribado por un tiro en Alabama.
Todo esto iba minando tu existencia, Vivian.
El triunfo de Nixon, la extensión de la guerra.
Las drogas, las gangas, la entrega de los cuerpos,
la muerte del amor.

III

Pese a todo eso, Vivian,
no tenías derecho a suicidarte.
A pesar de tu espíritu sensible,
a pesar del colegio y del dinero,
no tenías el derecho a privarnos de tu risa.
De tus constantes ilusiones, de la blancura de tu piel.

Debiste refugiarte en el espejo, como en tu niñez.
Teníamos derecho a escuchar tu canto en otros tiempos.
¿Por qué privarte así de la existencia en esa actitud culpable
de la huida?
Debiste permanecer junto a nosotros.

Esperando el paso de los años aferrada a tus sueños.
Junto a la flor, al día y a tu pelo
batidos por el aire de Manhattan.

Por eso, Vivian,
nosotros, en medio de esta isla que nunca conociste,
no te perdonaremos nunca que partieras
en ese salto inútil al vacío...

© Federico Jóvine Bermúdez

YELIDÁ



Tomás Hernández Franco
República Dominicana (1904-1952)


UN ANTES
Erick el muchacho noruego que tenía
alma de fiord y corazón de niebla
apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes
la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes.

En el más largo mes del año había nacido
en la pesquera choza de brea y redes salpicadas por las olas
parido estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche
de padre ausente naufragado
nadador ya de algas profundas y arenas sorprendidas
de escamas y de agallas y de aletas.

Era el quinto hijo para el mar nacido
y Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente
fuerza de remo y sencillez de espuma
como todos los muchachos de la playa
mitad Tritón y mitad Ángel.

Pero Erick no sabía nada de eso
pulso de viento y terquedad de proa
aprendió los nombres de los peces de las puntas y cabos
la oración del canal y la bahía
a los quince años conocía mil golfos
y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre
ni un solo pensamiento de Noruega
le había caminado entre las cejas rubias.

En un anual calafateo de lanchas
llamas estopas y breas
Erick tenía veinte años y era virgen dentro de sus botas de hule
y creía que los niños nacen así como los peces
en la noche quieta de los reposos del mar
pero el tío piloto contaba entre dientes largas historias de islas
con puertos bruñidos y azules
donde centenares de mujeres desnudas subían carbón al barco
donde había pájaros verdes hirviendo de palabras obscenas
y donde en la noche florecía el burdel con hondo aliento de tam-tam.

El tío mascullaba una lejana canción de sol y cocoteros en lengua que no podía ser noruega y que ponía en el pulso de viento de Erick pequeños remolinos.

A los veintidós años Erick tenía la mirada gris azul
densa de su alma puesta en dique
y una voluntad de timón y de quilla
por llegar a las islas de las montañas de azúcar
donde decía el tío las noches olían a cedro como las barricas de ron.
Erick sabía que los marinos noruegos siempre desertaban en las islas
pero cuando estaban bien borrachos los capitanes los metían a patadas
en las bodegas sucias y entonces volvían a Noruega
flacos y callados y tristes.
Con todo y las patadas el marinero Erick ya estaba en ruta.

OTRO ANTES

Esta no es la historia de Erick al fin y al cabo
que a los treinta años no era marinero
y vendía arenques noruegos en su tienda de Fort Liberté
mientras la esposa de Erick madam Suquí
rezaba a Legbá y a Ogún por su hombre blanco
rezaba en la catedral por su hombre rubio.

Madam Suquí había sido antes mamuasel Suquiete
virgen suelta por el muelle del pueblo
hecha de medianoche a toda hora
con hielo y filo de menguante turbio
grumete hembra de burdel anclado
calcinada cerámica con alma de fuente
himen preservado por el amuleto de mamaluá Clarise
eficaz por años a la sombra del ombligo profundo.

Erick amó a Suquiete entre accesos de fiebre
escalofríos y palideces y tomaba quinina en grandes tragos de tafiá
para sacarse de la carne a la muchacha negra
para ahuyentarle de su cabeza rubia
para que de los brazos y el cuerpo se le fuera
aquel pulido y agrio olor de bronce vivo y de jungla borracha
para poder pensar en su playa noruega con las barcas volteadas
como ballenas muertas.

Pero Suquiete lo amaba demasiado porque era blanco y rubio
y cambió el amuleto de mamaluá Clarise
por el corazón de una gallina negra
que Erick bebió en viernes bajo la luna llena con su tafiá y su quinina
y muy pronto los casó el obispo francés
mientras en la montaña papaluá Luipié
cantaba el canto de la Guinea y bebía la sangre de un chivato blanco.

En la noche sudada de fiebres y marismas
Erick sin sueño marinero varado sobre la carne fría y nocturna de Suquí
fue dejando su estirpe sucia de hematozoarios y nostalgias
en el vientre de humus fértil de su esposa de tierra
y Erick murió un buen día entre Jesucristo y Damballá-Oueddó
apagado el pulso de viento del velero perdido en el sargazo
su alma sin brújula voló para Noruega
donde todavía le quedaba el recuerdo
de un pie de mujer blanca que hacía frágiles huellas en la arena mojada.

UN DESPUÉS

Y así vino al mundo Yelidá en su vagido de gato tierno
mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí
alegre de todos sus dientes y de su forma rota
por el regalo del marido rubio
y Yelidá estaba inerme entre los trapos
con su torpeza jugosa de raíz y de sueño
pero empezó a crecer con lentitud de espiga
negra un día sí y un día no
blanca los otros
nombre vodú y apellidos de kaes
lengua de zetas
corazón de iceberg
vientre de llama
hoja de alga flotando en el instinto
nórdico viento preso en el subsuelo de la noche
con fogatas y lejana llamada sorda para el rito.

Los otros sólo tuvieron la sospecha de un peligro cercano
mientras Suquí descendía su alma por los caminos de noche de su entraña
y engordaba en su alegría de matriz de misterio
ternura de polen en su hija de llama
para cuyo destino no tuvieron respuesta el gallo y la lechuza
ni sabía nada el más sabio no el más viejo.
Los peces lo sabían y la noche y la selva y la luna y el tiempo de calor
y el tiempo de frío
y el alma de garra del pantano
y el dios que enmaraña las raíces y las empuja fuera de la tierra
y el macho y hembra en los cementerios
enciende fuegos verdes sobre el vientre helado de los muertos
y el que está en la garganta de los perros lejanos
y el del miedo con sus mil pies y su cabeza cortada.

Y ésta quiere ser la historia de Yelidá al fin y al cabo.
Tacto de clave
flanco sonoro al simple peso de la mirada
paladar de fiera
cuerpo de eterna juventud de serpiente nuevo para cada luna nueva
completa para siempre como el mito
hermafrodita en el principio del mundo
cuando descuartizaron a los dioses
enigma subterráneo de la resina y del ámbar
pacto roto de la costilla de oro
traición hembra del tiempo libertada.

UN PARÉNTESIS

Los liliputienses dioses infantiles de la nieve
los viejecillos vestidos de rojo
que sacuden la niebla de sus barbas
y los que soplan sobre las letras sin rumbo de las veletas
los habitantes del rescoldo
los del viento ululante
los que dibujan las árticas auroras
los dioses de algodón y de manzana
que tienen largo el sur y corto el norte
los que sobre la tímida y verde vida del musgo verde
resbalan y juegan con las flores del hielo
los hiperbóreos duendes del trino y del reno
supieron la noticia en lengua de disueltos huracanes lejanos.

Sangre varega en la aventura de cosas de hombre
por cosas de mujer se trasplantaba
en islas de coral y de pimienta
perdida iba a quedar para su ártico
en el flotante archipiélago encendido
perdida iba a quedar para su mansa
vegetación de pinos ordenada
perdida iba a quedar para su lucha
de olas aceite y peces
perdida iba a quedar para Noruega
en las islas de fuego condenada

Viajeros por los hondos caminos del subsuelo adornado de tumbas
donde dialoga el fósil con la raíz podrida
y el hueso suelto espera la trompeta
y se hace oscuro el secreto del agua
que lava las pupilas insomnes del mineral perdido
por la grieta la gruta y el estrato
los dioses de leche y nube con sexo de niño
buscaron al otro dios de los mil nombres
al dios negro del atabal y la azagaya
comedor de hombres constelados de muertes
wangol del cementerio y del trueno
el dueño del ojo vidriado del zombí y la serpiente.

Buscaron a Badagris dictador de la puñalada y el veneno
espíritu suelto de los cañaverales
donde el tafiá es primero flor y luego miel
el padre del rencor y la ira
el que enciende la choza al leve tacto de su mano negra
y viola a todas las niñas en el vientre de las madres dormidas.

Buscaron a Agoué dios ventrudo del agua
mitad evaporado de sol y de brasa
y mitad prisionero del pantano
aburrido de moscas y de olas
en su casa de vientos y de esponjas

Buscaron a Ayidá-Queddó que es el que pone
a arder la lámpara roja del estupro
la que en el hondo vientre de cueva de bongó mantiene
las cien serpientes locas del dolor y la vida
la que en la noche de Legbá suelta los perros del deseo
la que está partida en dos mitades por el sexo infinito
maestra de la danza para llegar hasta ella misma
domadora de grito y de espasmo

Implorante de llantos en sordinas
casi borrachos ya de olor de isla
los dioses de Noruega pedían salvar la última gota de la sangre de Erick
la escandinava inocencia de una gota de sangre

Hablaron con los ojillos azules entornados
mientras la sangre se les iba haciendo de plata derretida
porque Ayidá-Oueddó bailaba en el canto del gallo
con los senos brillantes de sudor y de estrellas

Pero aquella noche Yelidá había tenido su primer amante
estaba tendida y fresca como una hoja amarilla muy llovida
adolorida sin dolor casi despierta en la hamaca de un sueño tibio
le vivía tan sólo un golpe amado de tambor en las sienes
y en el vientre se le dormía la música y la danza.
Por los caminos de la lombriz y de la hormiga
rota toda esperanza regresaron.

OTRO DESPUÉS

Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo
Yelidá por el propio camino de su vientre
asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta
ahí se estaba vegetal y ardiente
en humedad de hongo y de liquen
caliente como todo lo caliente
cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna
hecha de filtro y de palabra rara
en el agua del charco con su verde y su larva
y su ala a medio nacer y su andar de meteoro
Yelidá deshojada a sí y a no
por éxtasis de blanco y frenesí de negro
profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo
en secreto de surco y en místico de llamas

FINAL

Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera


© Tomás Hernández Franco

VIEJO NEGRO DEL PUERTO

Francisco Domínguez Charro
República Dominicana (1918-1943)
Viejo negro del puerto,
hace mucho que vengo mirando
la oscura silueta de tu cuerpo manso,
deslizarse, en silencio, en las noches,
del muelle a lo largo;
por recintos cargados de sombra
con tu fardo de penas a espaldas,
yo te he visto escrutando, a lo lejos,
algún raro misterio
perdido en lo alto...
y te he visto, sumiso,
responder al reclamo,
-de ese grito silente de tu alma-;
cuando aspiras el humo en tu pipa
en profundas y lentas bocanadas...
Y te he visto, también,
deshilar el fulgor
de tus ojos noctámbulos
por las aguas plateadas...
¡Viejo negro del puerto!
Esta noche de niebla es propicia
al rito mudo de tu fervor atávico;
prende tu pipa fuerte,
embriágate de trópico
sumérgete en ti mismo
y apura tu nostalgia...
Escancia la tortura de tu alma
en un festín inmóvil con tus ansias:
Insúflate en la nada,
penetra los abismos insondables,
fija la indescriptible quietud
de tu mirada,
y acorta la jornada redentora
de tu retorno al África...
Viejo negro del puerto,
retorna en el espíritu
a tu selva sagrada.
Embárcate en la leve piragua imaginaria
de tu inconsciente mártir,
-y llora inconsolable-
que en esta noche lánguida
sólo un millón de estrellas
verán correr tus lágrimas...
Viejo negro olvidado;
beodo iluso de agonías nocturnales;
yo he visto: muchas veces, tu herida destilando
llamaradas intensas de fugas ilusorias
y tus pupilas mansas
se han teñido de selva
en actitud fantástica...
¡Viejo negro del puerto!
¿qué deseo te taladra?
¿Qué mística idolátrica
penetra tus entrañas
que, inmóvil como estatua,
te embriagas de fulgor
de mis estrellas lánguidas...?
Inútilmente sueñas
con tu retorno al África.
Si pudieras tejer con tus brazos
un pedazo de jungla flotante
y dejarte arrastrar por los mares...
o tejer con clarores de luna
un velamen muy blanco y extraño
y dejarte impulsar por el aire:
-¡Qué aventura tan grande!
¡Viejo negro del puerto!:
¡Quisiera consolarte!

EL VIENTO FRÍO

René del Risco Bermúdez
República Dominicana (1937-1972)
Debo saludar la tarde desde lo alto,
poner mis palabras del lado de la vida
y confundirme con los hombres
por calles en donde empieza a caer la noche.
Debo buscar la sonrisa de mis camaradas
y tocar en el hombro a una mujer
que lee revistas mordiendo un cigarrillo;
ya no es hora de contar sordas historias,
episodios de irremediable llanto,
todo perdido, terminado...
Ahora estamos frente a otro tiempo
del que no podemos salir hacia atrás,
estamos frente a las voces y las risas,
alguien alza en sus brazos a un niño,
otros hay que destapan botellas
buscan entretenidamente alguna dirección,
una calle, una casa pintada de verde
con balcones hacia el mar...
Debo buscar a los demás,
a la muchacha que cruza la ciudad
con extraños perfumes en los labios,
al hombre que hace vasijas de metal,
a los que van amargamente alegres a las fiestas.
Debo saludar a los camaradas indiferentes
y a los que viajan hacia otra parte del mundo,
porque todo ha cambiado de repente
y se ha extinguido la pequeña llama
que un instante nos azotó,
quemó las manos de alguien, el cabello,
la cabeza de alguien.
Ahora se acaban aquellas palabras,
se harán ceniza del corazón,
se quedarán para uno mismo...
Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa,
la muchacha vistiéndose en un edificio cercano,
el viento frío que acerca su hocico suave
a las paredes,
que toca la nariz, que entra en nosotros
y sigue lentamente por la calle,
por toda la ciudad...

ESA PAREJA

Mateo Morrison
República Dominicana (1947- )

Esa pareja que en el parque divisamos
levantando paredes para amarse
Abrazados y extendiendo mutuamente sus dominios
Esa pareja que las aves merodean
y la llegada de la noche casi oculta
Esa, que hace que los niños
boquiabiertos detengan su carrera
Que se hace centro de palabras y murmullos
y resume el contraste de esta hora
que se ama olvidando el papel del auditorium
Esa no es más que el reflejo de nosotros
En el tiempo en que el amor crecía
sin que pensáramos que el dolor llegaría
a nuestros pechos, sin destruirnos.

CARTA A MAMÁ EN BLANCO Y NEGRO (Desde el Penal)

Luis Manuel Ledesma
República Dominicana

Madre,
blanco y negro es el día
en el corazón de la sombra.
Aquí muero al lado de los muertos,
lejos de tu amor,
y tu cabeza salpicada de ceniza.

No te asombres si te cuento
que no recuerdo el color de la luz,
o que a mi lado construye una mano
labios maternales,
con el humo grisáceo del cigarro .
Ya ves madre,
que este maldito oficio de poeta
no es del todo inútil .

Ayer mismo dormí a tres metros
bajo el nivel de lo que vive,
entre el gemido de adolescentes
y el crudo orín de los vientos nocturnos.

Cómo extraño tu beso mañanero,
en esta podredumbre,
mis libros, los periodicos.
Leer aquí es atentar
contra la seguridad interna del Estado.
Y no soporto otras golpeaduras
Mamá.

Sé que la vida transcurre
en esas calles donde me recuerdas,
y a diario imaginas
el eco de mis pasos.
En la lluvia
los hombres se pierden
en el mismo lugar de ayer,
y alguien nos olvida.

Ya la policía habrá
ahuyentado los últimos
pájaros del atardecer.
Ya habrás llorado mis criaturas,
releyendo viejas páginas en los baúles.

Aquí la vida tísica
adelgaza pronta a extinguirse.
En los muros del penal
te dejo algún poema,
imágenes borradas por aquellos
que no puedieron alcanzar el alfabeto.

¿Volveremos a vernos?
-nunca se sabe-
Si supieras que delgado mi rostro
alrededor de los ojos,
si supieras como ha ido progresando el asma.

No te asombres si las aves una tarde,
sobrevuelan tu cara solitaria:
habrá muerto tu hijo
en las mazmorras.

Y que tengan miedo madre,
porque este maldito oficio de poeta,
-ya lo ves-
no es del todo inutil.